Al salir sintió el rocío de la mañana que suavemente
acariciaba sus mejillas como rasguños.
Ese día el sol había decidido saludarla tímidamente detrás
del cerro, abriéndose paso entre nubes para avisarle que hoy sería un bello
día, y que procuraría evitar importunarla. Pintó de naranja las rocas cafés de
la ciudad, y le ofreció claridad a los edificios para que vuelvan a ser
habitados. Ella veía con desprecio este trabajo, que atravesaba las pupilas de
las ventanas sin llegar al corazón del edificio, que sigue necesitando de fuego
para poder distinguir las sombras de sus habitantes. Miró de nuevo al sol, de
frente, amenazante. El pobre sol creía que a ella le gustaría que se esconda
tras las nubes para que su calor se atenúe. Ella veía a las nubes como si
fueran tapas falsas de libros que anuncian hablar del cáncer de pestaña para
que nadie los abra, pero si alguien se atrevía a abrirlos, el contenido era más
decepcionante que aburrido.
Las aves cantaban agradecidas por la libertad y por el
regalo del sol que creían que era para ellas, cuando en realidad era para ella.
Se preparaban para buscar comida para alimentar a sus crías cuando ella cuesta
abajo las vio en su nido. Notó que estaba habitado por cucos, aves parasitoides
que ocupan el lugar de las crías y son alimentados por los falsos padres. Ella
sonrió. Un verdadero acto desinteresado, pensó. El supremo egoísmo de prolongar
la propia vida convertido en la suprema caridad de dar la vida para prolongar
la vida de otro. Felicitó a los padres sardónicamente por sus hijos adoptados.
Si los pájaros hubieran entendido el idioma de ella quizá su reacción hubiera
sido la misma. La decisión de amar ya había sido tomada, y a los animalitos les
era imposible echarse para atrás ¿Pero acaso ella sí podía?
Claro que debía poder. Debía hacerle frente a los males del
mundo que intentan engañarnos con la venda de la felicidad. Quieren que
decidamos ser felices para que esta crezca como un cáncer y desplace a la
voluntad. Y los ataques provienen de todos lados, ahora eran las flores que al
paso entregaban su fragancia a ella junto a la primavera. Cordialmente les
recordó a las flores que esa fragancia era el resultado de años de selección de
horticultura, que ellas eran un monstruo diseñado para dar aroma a los seres
humanos, y que los insectos que van por su néctar lo recogen es su única opción,
porque el hombre ha acabado con todo. Les recordó su destino de ser cortadas,
de vivir como ornamento, como un monstruo mutante que sólo puede perfumar y
brillar para complacer a sus raptores, que la mayoría de las veces ni siquiera
las notarán. Y cortó su discurso para poder caminar sin satisfacción, ya que
esta podría dejar una puerta abierta para la felicidad.
Escuchó como cortaban el pasto cerca y abrió la lengua para
saborear la llamada de auxilio de las plantas mutiladas. Se acostó entre las
extremidades herbáceas cercenadas. Respiró profundo ese olor a muerte mientras permitía
que cayeran sobre su rostro los ácaros del rocío de poda para que terminaran de
aruñar su cara que sus primos del rocío de la mañana dejaron inconcluso. Con la
boca todavía abierta, sintió lástima por los diminutos insectos que se tragaría
cuando eventualmente tuviera qué pasar saliva. Pero se alegró de que la lástima
le alejara de la alegría. Y recordó otra vez al amor. A su vieja decisión de
amar. A la alegría que le trajo a tanta gente que la deseaba, y que la pudieron
tener. Lloró tanto al saber que ella sin saberlo era un agente de los
represores. Pero ahora contiene las lágrimas, porque ahora sabe que cuando la
felicidad falla, es el remordimiento la segunda arma para tomar la voluntad. Tantas
personas que logran ser infelices terminan dedicando su vida a ser perdonadas,
e inocentes entregan su voluntad por el perdón. Derrotadas por el
remordimiento, el peor enemigo de ella que a tanta gente hizo feliz.
Mientras se levantó, ella deseaba tanto que supiera alguien
de esta lucha. Alguien dispuesto a enfrentarse a la felicidad y al
remordimiento. Pero por ahora su única aliada era la libertad. La libertad que
le permite decidir lo ella quiere hacer. Y decidida a ejercer esa libertad,
aunque sea lo único que haga, llegó a su destino. A ese interior que le cubre
del sol, que le da las sombras que son su verdadero acercamiento a la realidad.
Ella entonces optó por checar tarjeta y comenzar su turno
laboral.
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