La chava Cano era la más popular de la escuela. Todos se
rompían el coco por probarla aunque fuera un momento. Excepto Rhino, él parecía
tener otros intereses aparte del sabor superficial. Ojalá yo fuera uno de
ellos. Lo veía caminar, con sus pasos pesados como sandías, pero con ojos
ligeros como algodón dulce, y a veces, cuando veía a alguien con cariño, una
sonrisa de envoltura de chícharo. Siempre la había visto de lado, sobre todo
dirigida a su amigo el Aguacate (morenito y de ojos verdes), a veces hacia la
nada, hacia una zeta que siempre lo acompañaba decía misteriosamente. Pero
hoy vi por primera vez su sonrisa de frente ¿acaso se dirigía a mí? Yo estaba
toda roja como tomate. Volteó hacia abajo ¿me estaba mirando las fresitas?
-
¡Vegeta!
-
¿Qué?
-
Tu blusa.
-
Ah… sí.
-
¿Sabías que todos los saiya-jin tienen nombres
de vegetales? Incluso la palabra “saiya-jin” significa ensalada.
-
Ah… sí.
-
No conversas muy seguido ¿verdad?
-
Ah… sí… que diga… no… que diga…
-
No te preocupes, me llamo Rhino, pero me dicen
el Verdura.
-
Ah, yo soy Dulce, ¿por qué Verdura?
-
Porque siempre tengo la verga dura.
-
Ahh… ¿Qué?
-
¿Te gustaría que reventara tu cereza?
Y sonrió otra vez. Esa sonrisa que me provocaba suficiente
calor para derretir mi bombón. Solo acerté a reír y seguirle sumisamente cuando
tomó mi mano. Me llevó a la cocina de la cafetería XES en la escuela. Nunca
había entrado ni siquiera a la zona de mesas, me parecía que sólo iban los más
fresas y populares, y no me atrevía a acercarme. Cuando las cocineras nos
miraron entrar, salieron con un rostro entre de envidia y complicidad. Antes de
que la última estuviera afuera, me preguntó "si te muestro el hitsuzen, y te
gusta ¿me permitirás verte en ropa interior?". La chica aceleró el paso pero no
tanto como se aceleró mi pulso. Le dije que tal vez no me gustaría, pero en
cuanto vi el final casi sola se me desgajó la ropa.
Me daba mucha pena, no porque me estuviera haciendo algo que
no quisiera, sino porque caían las cáscaras que me protegían, que disminuían el
asco que pudiera sentir al verme. Tenía miedo que cuando yo estuviera completamente
pelada, junto con mi ropa se fuera su sonrisa. Pero no, ahí estaba él,
sabroseándome mi cuerpo, pero sobre todo, devorando mi mirada. Sin dejar de
mirarme a los ojos, mordisqueó mis fresas, las introdujo por completo en su
boca, en donde hacía lo que quería con ellas cual chicle. Sentí lástima de la
chava Cana y sus melones que no cabrían en la boca de nadie, y nunca conocería
eso que Rhino me hacía a mí. Magulló mi durazno, metiendo el dedo hasta su
corazón. Mientras gemía, tomé su cacahuate, aunque sin saber qué hacer con él.
Creo lo que sea que hice o no hice, no pudo ser tan malo, pues lo sentí
poco a poco convertirse en pepino. Sacó los dedos, me volteó, y envolvió su
cacahuate vuelto pepino picante en mi durazno vuelto papaya en aceite. Lo que
siguió fueron preparados con molcajete, licuado y molido, con un toque de
glaseado al final.
Me sentía satisfecha, pero Rhino era una constante
invitación a la gula. Me pensaba levantar, y volver al mundo real. Quien sabe
si algún día me volvería a hablar. Si esto volvería a suceder. Tal vez no, tal
vez soy de una sola vez. Tal vez esto fue una clase de apuesta a ver si se
acostaba con la más fea. Tal vez todo había acabado y quedaría en la memoria
como un perfumado sueño. Resignándome mientras apoyaba mis rodillas al suelo lo
escuché exclamar:
-¿Se te antoja hacer chocobanana?
Supongo que la realidad puede esperar.