domingo, 25 de octubre de 2009

De tiempos que nunca existieron...

Saludos.

Ojalá guste este ejercicio. La idea cuando lo pusieron era describir, pero pues lo mío era la narración, así que disfrútenlo de todos modos.

Pueblito querido

Nunca imaginé que el día que volviera sería en barco. Recuerdo las caminatas: de la playa al centro eran en ese entonces cuatro horas de camino. Ahora sólo está a cinco minutos. Pero sigue siendo muy bonito, ahora en lugar de policías y vagos, encontramos pescadores. La pesca ha vuelto, ya nada de enfermedades por comida contaminada, mi puerto querido está en auge comercial; pero basta de melancolía.
- ¿Dónde está su líder?
- Señor, se debe referir a Don Seferino, el único aquí que sabe leer y escribir. Él trata con los extranjeros.
- Donde.
- ¿Dónde más? en la única casa de material.
La ciudad definitivamente ya no se puede decir que esté en ruinas, porque lo que antes era ruina, ahora es base para las construcciones. ¿Casa de material? Me imagino que ni siquiera sabe qué es eso, pero lo entendí, me dirijo a la parte más alta de la ciudad. Mientras que en la parte baja, donde ahora es mar, estaban los mercados y la prostitución cuando vivía aquí. Me gustaban esos lugares, pero les tenía miedo. Ahora que soy mayor, la ciudad se ve más pequeña, es difícil recordar porqué tenía miedo.
Al llegar, toco la puerta, sale un señor, el mayor que he visto en el pueblo, debe tener unos cuarenta años, la mitad de mi edad, no creo que aquí alguien viva más que eso.
- Don Seferino, saludos.
- ¿Qué se le ofrece? (me dijo)
- Pues anduve paseando con nostalgia por su pueblo, yo nací aquí, ¿sabe?
- ¿Y en qué le puedo servir?
- Vine a informarle que me llevaré a sus mujeres jóvenes para que tenga hijos en donde ahora vivo, y que me llevaré a sus adultos para que pesquen allá. La gente de donde vengo no sabe pescar, ni piensa aprender.
- ¿Qué pasará conmigo?
- Nada, no quisiera incomodarlo, solo quería informarle antes porque yo quiero mucho este pueblo, para que informe, divulgue y todo eso, y así evite que vengamos y lo tomemos por la fuerza. Invente una religión y diga que son sacrificios a los dioses o algo así.
- No lo haga.
- …
- Está bien… gracias por avisar.
- Fue un placer hacer negocios con usted, seguimos en contacto.
De regreso al barco, paso por donde antes vivía. Lo usan como carpintería. Me dará gusto tener a estas personas como esclavos, recordando mi infancia. Seré feliz otra vez.

domingo, 18 de octubre de 2009

Gomitas

I

- Es ridículo. (Dijo el antiguo jefe) ¿Por qué está esa mujer en un camino de gomitas? ¿Quién les dijo que las gomitas eran eróticas? Entiendan: no por acompañar a alguien desnudo, todo se vuelve sexy.

Sin embargo, las ventas subían.

II

No puede ser, ha cambiado por completo el sentido del público objetivo. Ahora las gomitas son eróticas. Ahora vemos en paredes de los talleres mecánicos ¡un pandita! Salen revistas con portadas de distintas formas de gomitas. Se les ha prohibido a los niños las gomitas. Gomitas, gomitas, gomitas ¿Y las mujeres?

III

En los cuartos de los niños, las cosas siguen como antes: camas desordenadas, fotos de su familia y de mujeres desnudas en las paredes. Las gomitas son tabú, las mujeres no.

IV

Ya había cambiado el mercado objetivo de las gomitas al público adulto masculino (y alguna chica rebelde). Pero ¿qué hay de la mujer? Intentaron poner a un negro desnudo en un camino de chocolate.

No aumentaron las ventas del chocolate, aunque sí de los clubes de chip n’ dale.

V

Qué triste eran los días en que la ropa no se comía.

Ejercicio

Me gustó este ejercicio :)

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Más adentro

A continuación la historia "Allá afuera" después de tallerear. Ojalá puedan decirme si hubo una mejora verdadera.
[EDICION: agregué la cita al principio y arreglé algunos problemas de continuidad]

Allá afuera


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Me alegra tanto oír tu voz aunque dormido,
por fin viajabas como en tus sueños,
buscando un sitio para volver”
-Ella Baila Sola, Cuando los Sapos Bailen Flamenco

Es curioso, al caminar duele la espalda, fatiga, siempre que sales en al menos algún momento huele feo, pero lo sigues haciendo. Me gustaría hacerlo acompañado, pero por lo general, lo hago solo. Hay tantas risas y llantos que se han ido con la naturaleza porque casi no hay persona a la que haya podido compartírselas. A mí me gusta el atardecer, aunque no rechazo un buen amanecer cuando se presenta la oportunidad, sin embargo, hoy sólo me tocó encontrarme el sol en su apogeo, quemándome, evaporando mis lágrimas. El sol se llevó la mayoría de ellas, aunque logré guardar algunas para depositarlas cuando llegara, aquí adentro. Aquí adentro, las lágrimas no fluyen, se estancan. Aquí adentro, las heridas no sangran, gangrenan. Aquí adentro no se vive, allá afuera sí.

Tuve fe en mí mismo, en que conseguiría ser amado; había puesto la fe en el único lugar que conocía: en el fracaso. Por favor, termina de leer esto, no quiero que me ignores. Quiero que recuerdes que existo. Quiero que me entiendas: no le estoy hablando a ella, te estoy hablando a ti, es sólo que ella aparece siempre que hablo.

Qué bueno que salí a caminar. Adentro se está aprisionado. Qué triste que en algún momento tenía que regresar. Y pensar que utilizo ahora mis momentos adentro para describir el afuera, mientras pienso en ella.
Mi perrita me solía lamer la cara, le gustaba mi sabor salado. Es tan linda, la quiero mucho. Ella mató a su madre adoptiva, pero no siente remordimiento, vive feliz, ni siquiera sabe que tiene algo que perdonarse. Yo no he olvidado su egoísmo, pero la quiero mucho. Ella era lo más afuera que tenía aquí adentro, me lamía  mis heridas. Está afuera aquí adentro.

Mi perrita no puede ser perdonada, no conoce la diferencia entre el bien y el mal. Pero la mujer, esa sí puede ser perdonada, ese es mi reto. A veces me pregunto qué tantos pecados, de los que el humano desconoce haber hecho, serán perdonados y cuáles serán los que nos condenarán. Sabía que si no perdono estoy condenado a una vida de amargura. Condenado a una vida aquí adentro. Es por eso que me puse a buscar afuera algo que me libere de la condena, algo que me perdone por mi rencor.

Empecé con una obsesión por la limpieza, dejé aquí adentro impecable, claro, dándole su espacio a mi perrita para que ensucie todo lo que quiera. Ella me enloquece. En una casa limpia hay más espacio para los charcos, y si me sirvió: en lo que me sentía más a gusto obtuve charcos más grandes. Busqué ayuda psicológica, me la dieron agentes de bienes raíces, me enseñaron: interiores con muros más amplios, suelos mejor pulidos, segundos pisos, aunque ninguno con la calidez de donde yo venía. Ninguna de esas paredes combinaba conmigo acompañado, y en ellas no cabría su retrato, lo cual era bueno y en un principio me entusiasmó, pero me di cuenta que moverme de interior no cambiaba el que siguiera siendo un interior.
Algunos amigos me llevaron con un señor que decía que podía sufrir por mí. Me gustó. Ella ya me había hablado de él, que desde niña le entregaba parte de su dolor…

(Claro que hablaba con ella ¿acaso crees que estaría tan perdidamente enamorado si solo la viera? Si es guapa, pero su olor, su voz… ella es la cacofonía del incienso, el hedor de la música. Me embriagaban sus ojos desnudando los míos. Mi sangre en sus uñas. Discúlpame si no soy buen poeta y no tengo palabras para su sabor, pero tampoco necesitas saber más).

Lo probé. Muy amable, el señor me dijo que me perdonaba de cosas que yo no sabía que debían ser perdonadas, eso fue una buena carga que me quitó de encima, no sabía que la tenía, claro está, pero menos carga siempre es buena. Le pregunté por qué lo hacía, me dijo que porque me amaba. Obviamente, primero me hice un poco para atrás, la vida me había hecho recordar aquello que nos decían de niños: no debemos confiar en extraños; pero él realmente se ganó mi confianza. Veía como mis amigos gustosos iban y se entregaban casi diario para sentirse más ligeros, lo querían mucho, literalmente, adoraban al señor. El señor lo único que les pedía es que fueran a liberarse solo con él, y que de ser posible, le llevaran más amigos para entregar su carga.

Al principio, me sentí mucho mejor, más ligero, pero entonces, me empecé a cuestionar el porqué él hacía lo que hacía, ¿acaso era un masoquista? De ser así, con gusto seguiría dándole mi carga, pero él no dijo ser un masoquista, él dijo que me amaba. Entonces empecé a sentir remordimiento, si él me ama, yo al corresponderle no debo hacerle daño. Dañar a quien amas, pensé en ella otra vez, dañar a quien le ama.
Otra cosa que había escuchado es que su papá tenía un tenía un alto cargo internacional, y que el hijo era una especie de embajador que venía para llevarse nuestras cargas porque si no, no podríamos ir a ver nunca al papá. Al parecer, para quienes adoraban al señor, no conocer a su papá era tan horrible como era para mí no verla nunca a ella. Entonces yo pensé que era un padre muy desconsiderado, al poner a su hijo a hacer todo eso si simplemente podría aceptarnos con las cargas, o pedirnos que las tiremos al entrar. Digo, él hacía las reglas, ¿Porqué hacer sufrir a alguien, en especial su propio hijo, con ellas? Lo que sí advirtieron firmemente era no irse con la competencia, que era una sucursal que se había desprendido, y que por medio de promesas quería robarle clientes al señor, ofreciendo con mentiras productos de malísima calidad.
Me habían acogido en la casa del señor, sin mi perrita. Este adentro era cómodo, pero mi recuerdo y ella se encontraban afuera. A ella ya la habían acogido antes, pero se había ido buscando espacios más grandes, ya me había dejado atrás. El lugar era cómodo, pero empecé a sentir que mientras menos creía que hacíamos lo correcto, más mal hacía quedándome aquí.

Un día, no aguanté el remordimiento y le dije al señor que sabía de un modo más eficiente de deshacerme de mis cargas sin hacerle daño. Había leído que cuando un ser vivo muere, su cuerpo alimenta la tierra. En vida lo hacían también sus deshechos. Le pregunté si entregarle mis lágrimas a la tierra, si repartir mi carga por el mundo, si permitir que el sol se llevara mi agua al medio día era irme con la competencia. Me dijo que donde quiera que yo estuviera, ella no me querría; me recordó que él me amaba, y también a ella, y que desperdiciaba mi amor con alguien que no lo devolvería. Antes que azotara la puerta, escuché que podía seguir buscando casa si quería, pero que siempre tendría mi verdadero lugar con él, porque lo necesitaba.
La verdad es que nadie lo necesita. Nadie me necesita. Si el señor no me tenía rencor si no me quedaba con él, yo tampoco debería tener rencor si ella no se quedaba conmigo. Confiado en que mi perrita me encontraría otra vez, pensé un tiempo en eso mientras buscaba un buen interior, pero entonces me invadió un corolario: si yo no iba a buscar otra vez al señor, ella no me iba a buscar otra vez a mí.

Sabiéndome solo, disfruté el camino a mi vieja casa como nunca, sabiendo que mis lágrimas nunca más serían desperdiciadas, que cada vez que una se evapora, que sangra una herida, que pienso en ella, a nadie le importa. Nadie se sentirá triste por mí, porque todo la naturaleza se lo traga. Me acordé de ella, pero tampoco importa, siempre me acuerdo de ella, siempre sé donde está, ella no ha querido saber dónde estoy. Entonces me acordé de ti.

Es a ti a quien cuento todo esto porque sé que ella no lo leerá, al menos confío que con tu inseguridad, has de revisar todo correo. No tienes nada de qué preocuparte, ella nunca me quiso. Nunca lo hará. Yo sé porqué te eligió: los dos éramos indigentes. Tú le ofreciste techo, ella no lo iba a rechazar. Por eso te digo todo esto, porque sé que tiene miedo de salir.

Duele la espalda, fatiga, nos encontramos con olores raros, pero es muy agradable salir y caminar. Sácala de vez en cuando.